Lunes, 5 de julio de 2010
CULTURA Y TRADICIONES
Inventos españoles (6). La fregona
Por Pablo Martín Sánchez
Los argentinos usan lampazo, los mexicanos trapeador,
coleto los venezolanos y mocho
los catalanes, pero en mi casa ha habido siempre, lisa y llanamente, una fregona. Y no me refiero a la criada que limpia la casa, a la ilustre fregona de la que habló Cervantes en su novela homónima, sino
al utensilio que sirve para lavar los suelos sin tener que arrodillarse. Un
utensilio que, aunque parezca mentira, no ha sido declarado todavía patrimonio
de la humanidad.
Una variante de la ley
de Murphy dice que las cosas que se pierden son siempre las que necesitamos. Y
algo similar sucede con esas herramientas consuetudinarias que no echamos de
menos hasta el día en que nos faltan. Con la fregona, basta cruzar los Pirineos
para darnos cuenta de la genialidad del invento: nuestros vecinos los franceses
aún no han descubierto sus bondades y en la mayoría de las casas utilizan un
trapo mojado para fregar los suelos, empujándolo con una escoba de cerdas
cortas y duras. Una fregona deconstruida, podríamos decir, como demuestra el
nombre con que la designan: balai-serpillière (‘escoba-trapo’).
Sea cual sea el motivo
de tan incomprensible rechazo, lo que parece cierto es que el invento lleva
firma española. Más complicado resulta, sin embargo, determinar quién fue la
mano que firmó su acta de bautizo (ya anunciamos al iniciar esta serie que en
el terreno de la invención la grafología no es una ciencia exacta): hace apenas
un lustro se desencadenó una ardua polémica sobre quién era el auténtico padre
de la fregona, si don Manuel Jalón Corominas o don Emilio Bellvis Montesano,
militares ambos de profesión y socios de la empresa Manufacturas Rodex,
encargada de la comercialización del utensilio que debía terminar para siempre
con las dolorosas bursitis de rodilla. La chispa que encendió el fuego fue un
artículo publicado en la edición digital del diario 20 minutos en el que se afirmaba que, a diferencia de lo que
siempre habíamos pensado y respondido en el Trivial, el auténtico inventor de
la fregona no era Manuel Jalón sino Emilio Bellvis. A semejante provocación,
respondió el expropiado con una carta titulada «La fregona la inventé yo»,
donde aseguraba que el modelo que se comercializa actualmente y del que se han
vendido más de ochenta millones de unidades en todo el mundo procede de la patente de invención que a él le fue otorgada en 1964 y no del modelo de utilidad concedido a Bellvis cinco años antes.
Ante el revuelo
provocado por las familias de los militares, se decidió dirimir la disputa no a
veinticinco pasos de distancia y con pistolas Gastine-Renette (como habrían
hecho de haber inventado la fregona en el siglo xix),
sino por medio de una acción de jactancia, figura jurídica que se remonta a los
tiempos de Alfonso X, quien la incluyó en su Libro de las Leyes o
Código de las Siete
Partidas. Dicha figura obliga al que se jacta de
algo a demostrarlo con hechos o a callar para siempre. Y, según la sentencia de
la Audiencia Provincial de Zaragoza del 1 de abril de 2009, la familia Bellvis
deberá mantener la boca cerrada por los siglos de los siglos.
En efecto, el tribunal
considera que el invento designado habitualmente como fregona (es decir, el conjunto compuesto por un cubo de
plástico dotado de un tricornio perforado en el que se escurre por presión y
torsión un mocho insertado en un palo) corresponde a la patente n.º 298.240 de
don Manuel Jalón Corominas. Y al que le pique, que se rasque.
Sin embargo, lo que
pocos saben es que el nombre del popular utensilio no fue acuñado por su
inventor, que consideraba el término peyorativo y denigrante, sino por el
vendedor Enrique Falcón, que hacía demostraciones públicas del aparato. Y es
que, aunque a día de hoy nos parezca increíble, la fregona tuvo que venderse en
sus inicios con manual de instrucciones.
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